9:38:00 p.m.
Relato 3: ¿Dónde está Santiago Maldonado? ¿Dónde estamos nosotros?
9:38:00 p.m.¿Dónde está Santiago Maldonado? Preguntan muchos. ¿Dónde está Julio López? Les responden socarronamente desde “la otra vereda”. La...
¿Dónde está
Santiago Maldonado? Preguntan muchos. ¿Dónde está Julio López? Les responden
socarronamente desde “la otra vereda”. Las veredas paralelas frente a esa calle
casi ideológica que divide a la sociedad argentina.
Me atrevo a decir
casi ideológica, porque conservo la esperanza de que en algún lugar habite algo
de humanidad en cada persona. Esa humanidad capaz de los actos más nobles y
solidarios. Esa humanidad que, junto a la conciencia crítica, es avasallada
minuto a minuto por sesgos malintencionados de información express, por
elegantes planteos maliciosos como quien no quiere la cosa (como se dice por
ahí), que logran que aquella calle sea más ancha a cada palabra.
Hoy el tema del día
es la desaparición de Santiago Maldonado. Una persona que hace un mes no
aparece, buscada bajo la carátula de desaparición forzada. Palabras que solas
pueden sembrar temor y, cultivan desprecio.
¿Por qué la
desaparición forzada de una persona parece despertar odio en algunas personas?
Esa es mi pregunta. Si pienso hacia atrás en el tiempo, mi pregunta es, ¿por
qué personas atacan sin piedad a una posible víctima dependiendo de su cara, su
oficio, sus ideas, su origen, su sexualidad, sus actividades? En las redes
sociales donde equipos periodísticos publican alguna noticia es muy evidente la
compasión y solidaridad selectiva. Tristemente es lo que observo.
Lo que más me
martiriza es la pobreza argumentativa en esa carrera por ser la persona con el comentario con más likes, el más controversial, el más polémico. Y ese es el resultado
final, panelizan situaciones o hechos graves socialmente, hasta el ridículo.
Publicación en Facebook sobre la marcha del día 01/09/17 por Santiago Maldonado y comentarios en respuesta a la misma.
Si una mujer es
víctima de algún tipo de abuso, de acto violento por su condición de género, en
pocas palabras: sufre violencia de género, la reacción primera es indagar sobre
ella. Que si es militante, que si estaba vestida de X (equis) modo, que si estaba
allá o acá, que vivía en dónde, pariente de quién. Es infinita la lista de
excusas vagas e irrespetuosas que se plantean para responsabilizar y/o culpar a
la víctima.
Si una chica
desaparece, la historia es la misma. Si un hombre es víctima, tampoco se
compadecen por él, sino que es otra excusa para desvalorizar e invisibilizar la
brutal problemática de la violencia de género sobre las mujeres.
Volvemos a Santiago
Maldonado. Una parte de la sociedad pregunta ¿dónde está? Lo quieren vivo. Unos
porque lo conocen y quieren y otros porque era nunca más.
A Santiago lo han
desfigurado a categorizaciones con la clara intención, a mi juicio, de que sea
un caso de “se lo buscó”. Y ¿saben qué?, lo lograron. Sí, lo escuché en primera
persona, de gente con hijos, con nietos, hermanos, amigos, pareja y que a
juzgar por su edad, vivieron durante la década de los `70.
Le dijeron
terrorista. Lo dibujaron vago, chileno, hippie, sucio, chorro, lacra,
militante. Personas que no lo conocen, que no tienen forma de respaldar alguna
de esas “acusaciones”. Palabras, frases rescatadas de algún programa televisivo
al pasar, de algún tweet, que de una forma notablemente mediocre, justifican
que Santiago merecía desaparecer. No, nadie merece, debe ni tiene que
desaparecer.
Basta de demonizar
al que sufre.
Basta de dejar que
la sociedad se inunde de resentimiento hacia el otro.
Aquellos que
manejan los medios de comunicación masiva más importantes son los dueños del
poder. Son pocos y actúan como los titiriteros del odio. Tergiversan al máximo lo
que sucede y banalizan lo que no debe suceder a su criterio. Esto permite un
crecimiento de la ignorancia, es un esfuerzo por alimentar y sostener el odio y
el desprecio por el otro entre los miembros de la sociedad.
Se cuelan en los
canales de TV de toda la vida. Donde pasan tu novela favorita, donde solías ver
los partidos, donde pasan esa serie que te gusta tanto. Esos programas con los
que creciste, porque la TV era un juguete más para muchos. Grandes y chicos. Se
meten por el diario de tu bar favorito, en las revistas de la peluquería, en
los portales de información en internet que te resultan confiables por
pertenecer también. Y así, se mantiene el poder, con el control de la
población, de su conciencia.
Las palabras son
poderosas, hay que cuidarlas y cuidarse de ellas, pensarlas y repensarlas.
Apropiarlas y repetirlas es la entrada a esa calle en donde vas a pararte en
una vereda a mirar con desagrado a quien está en frente, incluso al quien está
al lado. A la calle hay que cruzarla para conocer cada vereda, cada baldosa,
cada línea que la conforma.
Me invaden las
ganas de seguir escribiendo hoy, pero considero que sería extenso.
Ojalá se recupere
la sociedad.
Ojalá se recupere
la humanidad.
Ojalá se recupere
el ser persona.
Ojalá recuperes el
alma.
Que las palabras
violentas no desvíen lo que la conciencia y el alma ven en el fondo.
Hoy espero que seas
capaz de ver un desaparecido. Una familia que sufre y gente que acompaña y no
un sucio hippie con OSDE que se lo buscó y que se cague.